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Por estos días se han recordado los 50 años de haberse posesionado Alfonso López Michelsen como presidente de la República. No llegó por azar ni por ser hijo de López Pumarejo. Cuando su progenitor vivía, había dicho que mientras él “desempeñe funciones directivas dentro del Estado o dentro de nuestra colectividad, yo no debía aspirar a ningún cargo de elección popular ni desempeñar función administrativa alguna”. Por eso llegó tarde a la primera magistratura. Fue elegido candidato el mismo día en que cumplió los sesenta años (30 de junio de 1973).
Luego de que su padre le propuso al país la fórmula de convivencia de los dos partidos históricos, que se conoció como Frente Nacional, y ya en el retiro de su vida pública, fue cuando López Michelsen inició su carrera política. Y paradójicamente lo hizo criticando esa convivencia no tanto por esa fórmula de gobernabilidad, sino por la obligación de alternarse el poder entre liberales y conservadores, que no se votó en el plebiscito. Por eso se lanzó en disidencia, como candidato del MRL, cuando el turno le correspondía a los conservadores.
El 7 de agosto de1974 ya el panorama era distinto. Los candidatos eran todos hijos de expresidentes. Sacó 2.929.719 votos ganándole a Álvaro Gómez (1.634.879) y a María Eugenia Rojas de Moreno (492.166), hijos de Laureano y Rojas Pinilla. Con ese apoyo popular inició lo que llamó el “mandato claro”. Fue muy controvertido su gobierno por muchos factores, pero al final la historia le ha reconocido sus méritos. Por ejemplo, el índice de miseria de Okun catalogó su administración económica como la mejor entre los gobiernos de 1958 a 1994. Su política internacional fue aplaudida en la región y gracias a sus colaboración y consejo, Panamá hizo propio su canal. Siguiendo los derroteros de su padre, hizo un gobierno de apertura y de izquierda. Prometió que iba a convertir a Colombia en el Japón de Suramérica, y según su colaborador Guillermo Perry, lo cumplió. Anotó con humor: “Redujo el CAT y los exportadores quedaron amarillos”.
