La institución del designado, una figura que existía entre nosotros para reemplazar al presidente de la República en sus faltas absolutas o temporales y que fue creada en la Constitución de 1853, desapareció definitivamente con la Constitución de 1991.
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La designatura dio para muchas anécdotas. El jefe del Estado viajaba a un país vecino por dos días y se hacía necesario darle posesión al designado como presidente. Todos vestidos de levita, discursos en el Senado, saludos de los mandatarios entrante y saliente y luego el recién posesionado abría las puertas de Palacio para recibir a sus amigos y electores. Pero dos días después regresaba el titular, y hasta luego. Para evitar tanta parafernalia se pensó en encargar a un ministro.
En 1936, con ocasión de un viaje del presidente Alfonso López Pumarejo al exterior, el Gobierno consultó a la Corte Suprema de Justicia si se podía encargar a un ministro de las funciones presidenciales, y la alta corporación respondió que no.
En 1966, siendo presidente Guillermo León Valencia, el ministro de Gobierno, Pedro Gómez Valderrama, hizo la consulta al Consejo de Estado sobre el mismo tema y coincidió con la Corte de 1936 en el sentido de que debía llamarse al designado.
En 1967, el presidente Carlos Lleras Restrepo necesitó viajar a Punta del Este, Uruguay. Acudió a la Sala de Consulta del Consejo de Estado y le dio concepto favorable, pero la Sala Plena del mismo organismo declaró ilegal el decreto, luego de expedido y habiéndose dado cumplimiento, encargando al ministro Darío Echandía.
Para poner fin a tanta controversia se aprobó el acto legislativo número 1 de 1977, creando la figura del ministro delegatario. La Constitución de 1991 ratificó la figura, acabó con el designado y creó la Vicepresidencia.
Después de los hechos recientes entre el presidente y la vicepresidenta —tanto que ella se quedó sin Igualdad y sin partido—, hay quienes quieren volver a lo anterior para que el reemplazo del presidente no sea elegido, sino designado, y que siga la figura del ministro delegatario, sin más protocolos.