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Los cierres de los congresos

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Óscar Alarcón
20 de diciembre de 2022 - 05:30 a. m.
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Nuestro país, “la segunda democracia más antigua del continente”, según el criterio de un columnista desinformado, también ha revocado congresos y no ha tenido las consecuencias de lo ocurrido en Perú. El presidente Rafael Reyes, “el mejor de los gobernantes que hemos tenido” —opinión de algunos exministros, también desinformados y en plan de ser candidatos presidenciales—, clausuró el Congreso el 13 de diciembre de 1904 y jamás lo volvió a convocar. Por el contrario, a 14 de sus miembros los envió presos a Orocué. Siguió un consejo de Guillermo Valencia, bisabuelo de Paloma, quien en un mensaje le había aconsejado: “Desde los tiempos de Cromwell, los gobiernos arriendan las casas de los parlamentos hostiles”.

Al Congreso lo reemplazó una Asamblea Nacional Constituyente y Legislativa que se reunió a partir de 1905, la cual aprobó el siguiente artículo: “El período presidencial en curso, y solamente mientras esté a la cabeza del Gobierno el señor general Reyes, durará una década que se contará desde el 1º de enero de 1905 hasta el 31 de diciembre de 1914”. Además, se le daba el tratamiento de “Excelencia”. ¡Ni que fuera de la realeza, a pesar de Reyes!

Mariano Ospina Pérez también cerró el Congreso. Le iban a adelantar un juicio político por los hechos del 9 de abril de 1948. Si el presidente era suspendido antes del 7 de agosto de 1949, tendrían que realizarse elecciones para escoger a quien completara el período, pero si la acusación era admitida después de esa fecha, el designado (Eduardo Santos) ocuparía la Presidencia por el resto del cuatrienio. Por eso cerró el Congreso el 9 de noviembre de 1949, pocos días antes de las elecciones presidenciales en las cuales resultó electo Laureano Gómez con solo votos conservadores, porque el liberalismo se abstuvo. Como no había Congreso, Gómez se posesionó ante el presidente de la Corte, Domingo Sarasti, a quien luego nombró ministro de Gobierno.

Mientras en Perú encarcelaron a Castillo, Ospina —como lo anotaba Alfonso Gómez Méndez— murió “en olor de santidad democrática”.

De la que nos escapamos de haber elegido a Adolfo, perdón a Rodolfo.

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