Esta campaña presidencial se ha caracterizado por la “debatitis” en que han metido a los candidatos. No sólo han sido los medios sino también los gremios. La presentación de los aspirantes, con limitaciones de tiempo y de temas, no los ha hecho nada agradables. Esos encuentros más parecen realities.
El enfrentamiento de candidatos en TV surgió en los EE. UU. en 1960, cuando la disputa entre Nixon y Kennedy. Resultó ganador el segundo, pero nadie asegura que el triunfo se debió a esa presentación, por cuanto el resultado definitivo de esos comicios indirectos se dio a conocer al amanecer del día siguiente, porque durante toda la noche Nixon le iba ganando a Kennedy. En los más recientes comicios de ese país, la señora Clinton ganó todos los debates y Trump los perdió. Los resultados fueron a la inversa.
En 1986, en Colombia, uno de los candidatos, Álvaro Gómez, insistió en enfrentarse con Virgilio Barco convencido de que le ganaba en la TV. Por el contrario, Barco confiaba en que iba a ser el victorioso en los comicios y que él no era bueno para esa clase de eventos. Ante la negativa y los fallidos intentos, Gómez optó por enfrentarse a otro aspirante liberal, quien en ese momento no se había sumado al oficialismo de su partido, Luis Carlos Galán. El debate pasó sin pena ni gloria, tanto que en algunos medios se comentó que el ganador había sido Barco, por su ausencia. Pues fue éste el victorioso con la más alta votación que candidato alguno había logrado en esos años: 4’214.510 contra 2’588.050 de Álvaro Gómez. ¡Más de millón y medio de votos de diferencia!
Todo lo anterior se recuerda en un libro que acaba de aparecer: Virgilio Barco. El último liberal (Intermedio), escrito por Leopoldo Villar Borda, con prólogo de Roberto Pombo.
Que no pase en los próximos comicios como en La Perrilla de Marroquín: “Es flaca sobremanera / toda humana previsión / pues en más de una ocasión / sale lo que no se espera”.
Todo puede pasar, sobre todo después del apoyo de Viviane a Duque, donde se Lucio.