El fallido atentado al presidente Iván Duque recuerda otros intentos, también fracasados, contra mandatarios colombianos. El primero fue al Libertador, Simón Bolívar, en la llamada noche septembrina, cuando sectores enemigos de su gobierno intentaron asesinarlo en su propia residencia y se salvó gracias a la oportuna intervención de Manuelita Sáenz. Entre los conspiradores estaban Mariano Ospina Rodríguez, quien sería después fundador del Partido Conservador, y Florentino González. El primero se volaría a Centroamérica y el segundo fue perdonado por Bolívar.
El otro episodio fue cuando se atentó contra el presidente Rafael Reyes. Eran los tiempos en que los mandatarios salían sin guardaespaldas y sin operativos de seguridad por la tranquilidad de la ciudad capital. Con su hija (era viudo), el jefe del Estado salió a mediodía en su coche por toda la carrera séptima hacia el norte, cuando al llegar a Barrocolorado, en donde hoy queda la Universidad Javeriana, tres individuos dispararon contra Reyes, pero milagrosamente fallaron. Luego de una intensa búsqueda dieron con ellos, a quienes identificaron como Marco Arturo Salgar, Roberto González y Fernando Aguilar. La actitud asumida por los asesinos obedeció a cuando el general Reyes cambió su conducta democrática por la dictadura.
Los implicados, luego de un juicio sumario, fueron condenados a muerte y ejecutados en presencia del público en el Parque Nacional. Fue esa la última pena de muerte que se impuso en Colombia, porque se prohibió en la reforma de 1910.
Afortunadamente, para un país tan violento, los atentados contra los presidentes de la República no son usuales en Colombia. Quienes no comparten las políticas gubernamentales deben entender que la violencia no es la manera de hacerse oír. Existen los procedimientos pacíficos y los métodos democráticos para imponer unas ideas que busquen el mejor estar de esta sociedad.
Ya lo dijo Churchill, un fanático es alguien que no quiere cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema.