Todo parecía indicar que los ingleses estaban en el lugar equivocado al pertenecer a la Unión Europea.
Ellos son propensos a llevarle la contraria a todo el mundo. Fueron los únicos que no cambiaron de moneda, no aceptaron el Euro y siguieron con su Libra Esterlina; tampoco nunca hicieron parte del espacio Schengen. Sus automóviles tienen el timón a la derecha y no a la izquierda, tampoco aceptan el sistema métrico decimal y fueron hace unos años el único país del mundo que manejaban dos mujeres: la reina Isabel, como jefa del Estado, y la señora Thatcher, como primera ministra.
Ingresaron a la Unión Europea empujados, sin muchas ganas, y pasó lo que tenía que suceder, tarde o temprano. Ante la solicitud de un grupo considerable de ciudadanos, el primer ministro Cameron debió convocar un referendo, decisión que muchos le han criticado. Y por una mayoría, no muy considerable, se votó por el retiro de la Unión Europea. Formalmente era un referendo, pero en la práctica se volvió un plebiscito, porque se puso en juego la decisión de una persona y por eso anunció su renuncia.
Hace unas semanas aquí se comentó la diferencia entre las dos instituciones. El referendo es el procedimiento más común de consulta en las democracias semidirectas. El profesor Maurice Duverger le reprocha que éste tradicionalmente se convierte en plebiscito, como acaba de suceder en el Reino Unido. El referendo es la consulta al pueblo sobre un texto que previamente se ha aprobado, generalmente, por el órgano legislativo del Estado. Se va al pueblo para refrendarlo, de ahí viene su nombre. El plebiscito es el voto de confianza personal a un hombre, a un gobernante. Y en la Gran Bretaña, en donde raras veces renuncia un primer ministro, porque es el hombre más poderoso del reino, aquí sí le tocó. Porque Cameron que se duerme…