Los relojes no sólo sirven para dar la hora. Tienen un raro encanto que los hace susceptibles de ser regalados.
Cuenta Carlos Villar Borda, en un libro suyo, muy citado recientemente, que el presidente Lyndon B. Johnson le regaló un reloj a su colega colombiano Carlos Lleras Restrepo, que no fue el mismo que le mostró al país el 21 de abril de 1970 cuando mandó a sus casas a los colombianos, luego de las controvertidas elecciones de ese año. Recuerdo que en 1985, cuando yo hacía parte de la comisión de paz del presidente Belisario Betancur, al llegar a Casa Verde y saludar a Jacobo Arenas, me preguntó la hora. Yo se la di y él se me quedó viendo la muñeca izquierda. “Muy bonito su reloj”, me comentó, y yo me reí porque no era ni Rolex, ni de ninguna marca de prestigio. En cambio lo que le di fue un libro suyo, Cese el fuego, para que me lo dedicara y firmara. Así lo hizo con una gentil nota muy optimista de la paz.
Tal parece que a los guerrilleros les gustan los relojes. Siendo Andrés Pastrana presidente electo, su consejero de paz Víctor G. Ricardo fue a las montañas de Colombia a entrevistarse con Tirofijo para acordar una reunión con el nuevo mandatario. Al despedirse, le dijo:
—Señor Marulanda, acépteme este reloj de regalo. Mírelo bien, tiene un enorme significado para usted y para el país: este reloj marca la hora de la paz —expresó Víctor G. en señal de despedida.
A pesar de negarse a recibirlo inicialmente, Marulanda lo aceptó y el mismo Víctor G. se lo colocó. Si bien ese reloj no marcó la hora de la paz, con seguridad si indicó la hora en que el guerrillero dejó la silla vacía en el Caguán y luego se dañó, como el Rolex chimbo que le regalaron a un magistrado de la Corte.
Como están las cosas ahora, ¿por qué el Gobierno no le da a Timochenko un reloj que sí muestre la hora de la paz? Es mejor regalar un reloj que dar papaya, como el general Alzate.
