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A propósito de la muerte de Bolívar, tema que se tocó recientemente aquí, bueno es recordar las circunstancias en que se trasladaron sus restos a Caracas, 12 años después de su fallecimiento. Ellos reposaban en la catedral de Santa Marta, en la cripta de la familia Díaz Granados.
Pero, en el terremoto que se registró en la ciudad en 1834, los restos se esparcieron y para preservarlos fue necesario ubicarlos en un lugar más seguro, debajo de una lápida o losa de mármol que se trajo de Estados Unidos.
El 20 de noviembre de 1842, en cumplimiento de un decreto del presidente venezolano José Antonio Páez, hubo una ceremonia de apertura de la urna en donde reposaban los restos y se optó por dejar en Santa Marta el corazón del Libertador. De esa manera, los huesitos y las carnitas que se llevaron a Caracas sirvieron de base para que el gobierno de Chávez hiciera una investigación para determinar si fue envenenado. ¿Esos restos sí permitían hacer claridad frente a esa versión? Es muy difícil montar una teoría sobre lo que se llevaron, máxime cuando el general Joaquín Posada Gutiérrez, quien era gobernador del Magdalena y como tal estuvo presente en la ceremonia, dijo en sus memorias que “abierta la urna sólo contenía tierra, esa tierra o polvo en que todos nos hemos de convertir”.
¿Cuál fue el destino del corazón que quedó en Santa Marta? Nadie sabe. La verdad es que en la guerra de 1860, de Mosquera contra Ospina Rodríguez, la catedral de la ciudad fue prácticamente destruida y el corazón también se esparció por el altar mayor. No hay certeza de lo que quedó de él y no deja de ser especulación todo lo que se diga del lugar en donde se encuentra.
Acaba de aparecer un libro de Eduardo Lozano, Bolívar, un mujeriego empedernido, en donde cuenta el sinnúmero de amantes que tuvo, además de Manuelita Sáenz. De pronto, por eso, del Libertador lo único que se encontró de sus restos fue polvo sobre polvo.
