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Las personas cercanas a los presidentes deben tener unas condiciones muy especiales y la principal es la de ser amigo del mandatario. Rafael Naranjo Villegas fue el secretario general del presidente Misael Pastrana Borrero. No se movía un papel en el entonces Palacio de San Carlos y ninguna persona entraba al despacho sin que ese señor lo permitiera. Los parlamentarios necesitaban llamarlo previamente para conseguir una cita. Más de un ministro recibió el ofrecimiento del secretario general y no del jefe del Estado. La amistad venía de años atrás. Permanecía Naranjo más ocupado que el 01, un número telefónico de información que entonces existía.
En el gobierno de Virgilio Barco, quien desempeñó esas funciones fue don Germán Montoya, tanto que hay quienes especulan con que él era el verdadero presidente, cuando —puedo dar fe de notario— eso no fue cierto. Su secretario general cumplió —y con qué eficiencia— las labores que le correspondían, pero las decisiones de Estado fueron de Barco, como los acuerdos de paz, el orden público, las relaciones exteriores, el diferendo con Venezuela. Despedía de manera inmediata, sin fórmula de juicio, a aquellos colaboradores que no le estaban respondiendo. Los ejemplos fueron muchos. Él tenía una manera muy particular de gobernar, resultado de su educación anglosajona.
A propósito de los hechos recientes sucedidos en la Casa de Nariño, se observa el contraste con quien venía desempeñándose como jefe del gabinete, como hoy se denomina el cargo de quien está al lado del presidente. Fracasó no por joven —Alberto Lleras fue secretario general de López Pumarejo a los 28 años— ni ser por mujer, sino por falta de trayectoria y de experiencia en el manejo del Estado. Y también, debido a que no podía ufanarse de su amistad de años con el presidente. Apenas lo conoció en la campaña.
Lamentable su retiro. Que sirva de experiencia para que el nuevo secretario general no sea privado.
