El tema religioso en los empleados públicos, que se ha debatido recientemente a propósito de la elección del nuevo Procurador, no es nuevo en la historia nacional.
Cuando el general Rafael Reyes quiso quitarse de encima a su vicepresidente Ramón González Valencia acudió a todos los mecanismos y sólo fue fructífero el Nuncio de Su Santidad, monseñor Ragonezzi. El segundo de a bordo de Reyes —él sólo quería ser rey— era general de la República y muy religioso, tanto que en una oportunidad, cuando iba perdiendo una batalla, fue a una iglesia y le pidió a Dios que lo ayudara a ganarla y en contraprestación él hacía de por vida votos de castidad.
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El general Reyes, quien se las sabía todas, no estaba ignorante de esa promesa, por lo que acudió ante monseñor Ragonezzi quien, gracias a sus poderes divinos, podía revocarle esos votos de castidad a condición de la renuncia a la vicepresidencia. El Altísimo influyó, González Valencia dimitió, su castidad se fue al diablo y no se sabe si retornó al pecado. De todas formas quien reza y peca, empata.