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Óscar Alarcón
31 de enero de 2009 - 01:20 a. m.
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La reina Sofía de España, en un libro que acaba de salir —es un largo diálogo con ella, hecho por la periodista Pilar Urbano y que ha dado mucho de qué hablar— cuenta que cuando murió su padre, en Grecia, viajó a las exequias el ya ex presidente Truman.

Al momento de despedirse de la familia, después de un almuerzo, no estuvo muy afortunado, y al dar la mano a la viuda, debió querer decir que la ceremonia le había impresionado o que todo había quedado muy bien, pero por extraña circunstancia se puso nervioso y en vez de darle el pésame, le soltó una sonrisa de oreja a oreja, y le dijo: “Señora, muchísimas gracias por la estupenda comida que nos ha ofrecido”.

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Aquí, cuando a alguien lo llaman por su segundo apellido se siente insultado y más de uno, por esa circunstancia, se ha ido a las trompadas. Pero los españoles son muy dados a eso. A nuestro Premio Nobel, en libros muy serios, no lo llaman Gabo —porque es un irrespeto— ni García Márquez sino Márquez. Al actual presidente del gobierno no le dicen Rodríguez sino Zapatero, como cualquier arrastrado. El dueño del Florero del 20 de julio no era Llorente, sino González Llorente. Y el verdadero nombre de Picasso era Pablo Diego Francisco de Paula Nepomuceno María de los Remedios Crispín Cristiano de la Santísima Trinidad Ruiz  Picasso. Y pensar que el Guernica lo firma simplemente Picasso.

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