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Macrolingotes

Óscar Alarcón

09 de noviembre de 2009 - 11:30 p. m.

POR ESTOS DÍAS SE HABLA DE DOS cosas, en el plano internacional: de los veinte años de la caída del Muro de Berlín y la beatificación de Juan Pablo II, Pontífice de carisma pero muy conservador.

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La verdad es que lo primero tiene que ver con lo segundo, porque para que la Iglesia Católica convierta en beato a una persona —beato es lo primero antes de llegar a ser santo—, debe demostrarse que ha hecho milagros.

Y uno de los milagros que hizo Juan Pablo II fue no sólo su contribución a la caída del Muro de Berlín, sino también la caída del comunismo. Para esos logros tuvo la buena suerte de que en la Unión Soviética se hallaba Gorbachov y en Polonia, su patria, Jaruzelski. El primero era el hombre del lunar en la frente, muy distinto de Brezhnev, quien tenía en las cejas los bigotes de Stalin.

Jaruzelski cumplió su misión de mediador entre los dos eslavos: el comunista (Gorbachov) y el cristiano (Juan Pablo II). Pero, al mismo tiempo, al mandatario polaco le tocó hacerle frente a otro aliado del Pontífice, Lech Walesa, dirigente del sindicato Solidaridad. Fue así como el 18 de enero de 1988 lo reconoció nuevamente como sindicato, renunció a su cargo de primer ministro y se convirtió en presidente de Polonia. Fue el comienzo del fin del comunismo en ese sufrido país y en las otras naciones que dominaba la Unión Soviética. Como naipes fueron cayendo los postulados comunistas de la Europa oriental, les tocó aceptar la perestroika —reestructuración—, aplicar marx o menos sus postulados anteriores para luego llegar a nuevas concepciones económicas y de apertura política.

Erich Honecker, de Alemania Oriental, quien tenía más de setenta años, como los demás gobernantes de los otros países comunistas, tuvo que dimitir y ver desde la lejanía el derrumbe del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de hace veinte años. Y siguieron cayendo los naipes (Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Checoslovaquia). ¿Será porque quien la hace, la Praga?

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Y mientras tanto, Juan Pablo II, ve desde las alturas, lo que fue su milagro.

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