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TODO EL MUNDO CREÍA QUE ERA UN mamador de gallo. Se lo encontraba uno en todas partes:
en Cartagena, en Aracataca, en Bogotá y hay quienes también lo vieron en Barcelona, en París, en México, en La Habana. Andaba con el cuento de que estaba escribiendo una biografía de García Márquez, pero el tiempo pasaba y pasaba y nada que había presagios de la obra. Gerald estaba en su laberinto… y finalmente apareció el tan esperado libro. Y de verdad que valió la pena la demora.
En casi setecientas páginas se resume su trabajo de veinte años de investigación. Nos demuestra que la vida del Nobel es también una novela. De cómo comenzó sus primeros años en una pequeña y calurosa población situada cerca de Fundación, a la que llaman Fundición porque allí sí se suda la camiseta. Aracataca, de igual temperatura, es un pequeño municipio que no existiría si la “a” no estuviera en el alfabeto. Desde allí, tomado de la mano de su abuelo el coronel, el pequeño y hoy gigante, conoció el hielo y el mundo.
Hay un paralelismo entre el biógrafo y el biografiado. Gabo, cuando se puso a escribir Cien Años de Soledad, se olvidó del mundo y a Mercedes, su mujer, le tocó arreglárselas para los gastos de la casa y de los hijos. Igual Martin: se enfermó cuando iba por la mitad del libro, de lo mismo que tuvo García Márquez, decidió jubilarse para proseguirlo, dejó Pittsburgh, se refugió en el campo inglés y Gail, su esposa, también se encargó de la casa y las hijas.
Entre las muchas virtudes del libro de Martin está que no solo es biografía, sino también análisis de cada uno de sus libros y de sus crónicas. Fue este inglés el Melquíades que descifró los pergaminos y encontró que el Nobel colombiano no es el García Marketing de que hablan algunos, sino que al fin y al Gabo es el más importante escritor vivo de lengua española.
A Krauze, ese mexicano de cuyo nombre no quiero acordarme, no le toca más que irse de Krause ante la majestad de la obra de Gerald Martin.
