EL CANDIDATO Y HOY JEFE ÚNICO del Liberalismo, Rafael Pardo Rueda, armó el obispero en estos días al proponer que la píldora del día después la distribuyera el propio Estado, como un programa de la planificación familiar.
La verdad es que en eso la Iglesia ni la Santa sede porque, según sus prelados los hijos vienen de Dios y cada uno de ellos llega con su pan debajo del brazo. El único método que acepta es el ogino, cuyo descubridor se acordó de contar los días pero no las noches, y por eso falla.
Desde tiempos inmemoriales se ha tratado de buscar un método que evite el nacimiento de hijos no deseados. Cuentan que en los tiempos del emperador Adriano, las mujeres, luego de hacer el amor, se esforzaban para estornudar y, aseguraban, que eso les evitaba el embarazo. El método era relativamente efectivo. Desde los años sesenta las mujeres no necesitaban estornudar después de la faena, porque se toman la píldora preventiva y no pasa nada. Y el hombre acude al gorrito o preservativo.
Estos dos métodos, de eficacia comprobada, resolvieron el problema preventivo pero no el del día después, cuando llegó la tentación y la pareja no la dejó ir. Al día siguiente nace el remordimiento y más tarde nace lo no deseado. Con la píldora que recomienda Pardo Rueda no hay ningún riesgo de dejarse llevar por la tentación –porque tentación que se va no vuelve-, ya que la mujer la toma tranquilamente el día después, con la seguridad de que no tendrá problemas embarazosos, ni aterrizaje de barriga nueve meses después.
De todas maneras, esto es mucho más efectivo que el estornudo, asi la Santa Iglesia católica no deje que le doren la píldora.
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A propósito de lo que se dijo aquí hace un par de semanas sobre si las hermanas Ibáñez vivieron en donde hoy funcionan las Altas Cortes, el ex magistrado Jesús Vallejo Mejía me escribió para asegurarme que ellas sí habitaron allí, contrario a lo que sostiene Jaime Duarte French, biógrafo de tan hermosas damas ocañeras. Pero con lo del holocausto de 1985, de eso no quedó ni polvo.