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Macrolingotes

Óscar Alarcón

04 de enero de 2010 - 09:00 p. m.

TUVE EL PRIVILEGIO DE TRABAJAR con los Canos viejos, aquellos que tuvieron por misión continuar y preservar la tradición de El Espectador señalada por sus fundadores, don Fidel y don Luis. Eran los años en que en El Tiempo santificaban y en El Espectador canonizaban.

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Don Gabriel Cano, Gabriel D’Anuncio —como él mismo se hacía llamar por su permanente afición a los avisos—, era el jefe mayor, quien al lado de su hijo, don Guillermo, señalaban la parte ideológica y conducían las inolvidables batallas en defensa de la moral y de los principios liberales. Por eso el segundo de ellos pagó con su vida esa valentía con la que luchó contra el narcotráfico. Andaba solo, sin guardaespaldas, siempre acompañado con su única arma, la pluma. Así lo mataron, en la puerta de su periódico.

Los otros hermanos, hijos de don Gabriel —don Luis Gabriel, don Alfonso y don Fidel— tenían a su cargo la parte administrativa. Uno de ellos, don Alfonso, se nos acaba de ir con el año viejo, coincidencialmente el mismo día de su cumpleaños 82. Cuando la empresa cambió de dueño se retiró discretamente a sus cuarteles de invierno pero siempre viendo desde su distancia cómo el país tomaba otros rumbos que no eran totalmente de su agrado. Hombre bueno y gran consejero. Paz en su tumba.

De la familia del viejo Espectador —del canódromo, como lo llamaba el inolvidable Alfonso Castillo Gómez— sólo queda el mayor, don Luis Gabriel, y las hermanas Ana María y María Antonieta Busquets, viudas de don Guillermo y don Alfonso. Ellos se fueron y nosotros ya estamos Canos.

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A propósito de lo que aquí se escribió sobre Pío XII y sor Pascualiana, de que les habían inventado más de cuento, transcribo una declaración de la monja, dicha al Pontífice: “Yo he estado viviendo desde muy joven bajo su techo, Santidad. Nosotros dos sabemos que nuestras vidas son puras a los ojos de Dios. Sin embargo, ¿quién cree en nuestra verdad, incluso entre los miembros del Sacro Colegio Cardenalicio?”.

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