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Óscar Alarcón
19 de enero de 2010 - 03:01 a. m.
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IRIS ROBINSON ES UNA MUJER MUY devota, cristiana protestante, esposa de Peter Robinson, ministro principal en Irlanda del Norte.

A ella le encanta cargar la Biblia y citarla. Su religiosidad es tal que le criticó a Hillary Clinton haber perdonado a su marido por los escarceos en el Salón Oral de la Casa Blanca con la Mónica Lewinski. Y es enemiga de la homosexualidad, de la que ha dicho que es una abominación.

Pues esa señora, tan santa, tuvo su romance con un joven, cuarenta años menor que ella, que condujo a la renuncia de su marido como ministro. Cuando hace unos meses éste se enteró y se dio cuenta de que portaba un par de cosas extrañas en su frente, ella intentó poner fin a sus días, después de muchas noches agradables.

Esta historia, según el diario español El País, supera la ficción. Recuerdan la película El graduado, que muchos vimos y aplaudimos y todavía hoy nos deleitamos con su música, que aún se escucha con alguna frecuencia. Fue de 1967 y la protagonizó el entonces jovencito Dustin Hoffman, una carne fresca, para una señora muy mayor que podía ser su abuela. Pero en la realidad, en la de la santa señora de hoy, hay no sólo sexo y amor, sino también política, dinero, tráfico de influencias y otros elementos que llevaron a renunciar al ministro cornudo, en un país tan frío. Y lo más grave, le tocó poner la cara con todo lo que ella mostraba, con esa candidez de los maridos engañados.

La señora no sólo hizo feliz al joven como amante, sino además le consiguió plata para que montara un negocio y todavía más, gracias a su influencia política, consiguió la licencia en el municipio para que funcionara. Mejor dicho, Kirk McCambley —así se llama este agraciado joven de sólo 19 años— quedó hecho con salud, dinero y amor. Por algo Jacinto Benavente asegura que el amor es como don Quijote: cuando recobra el juicio es que está por morir. Y en este caso quien está que se muere es el marido engañado. O, ¿felices los tres?

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