EL PARLAMENTARISMO BRITÁNICO es tradicional y excepcional.
Surge de la elección de la Cámara de los Comunes, de donde se forma un gobierno con una mayoría que asegura un máximo de homogeneidad y estabilidad, excluyéndose los ministros de coalición, por no haber voto de censura y porque el gobierno dura toda la legislatura. El partido ganador realiza su propio programa, mientras la minoría controla la acción de los que están en el poder, colabora pero busca resaltar sus fracasos con la esperanza de triunfar en las próximas elecciones. Además, como la Monarquía reina pero no gobierna, el primer ministro es el hombre más poderoso del reino, a pesar de que hace unos años era una mujer, la señora Margaret Thatcher.
No es excepcional, aclaro, era. Y frente a otros sistemas parlamentarios, lo único que tenía de común era la Cámara. Pero todo acaba de cambiar, repitiéndose la historia de 1922 a 1935, y la más reciente de 1974, cuando hubo gobiernos de coalición. En las elecciones que acaban de pasar nadie ganó: los laboristas perdieron el gobierno porque a los ingleses el primer ministro Brown les cayó Gordon; los conservadores aumentaron representación, pero no tienen lo suficiente para gobernar, y los liberales, deseosos de lograr una reforma electoral que los ayude en el futuro, difícilmente la conseguirán a pesar de que van a entrar al gobierno, como lo hicieron nuestros liberales con el presidente Uribe, que tuvieron que hacer la U.
Conservadores y liberales celebrarán su Frente Nacional en una cena con Cameron, no con camarón, en el número 10 de Downing Street. (Cameron se llama el nuevo primer ministro).
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Y a propósito de Inglaterra, el millonario Al Fayed, padre de Dodi, el novio de la princesa Diana y quien falleció con ella, acaba de vender el exclusivo almacén Harrods de Londres. Debe estar feliz la reina Isabel, quien a pesar de no gustar de Fayed, a veces va por allá para aprovechar las rebajas. Ahora lo tendrá lejitos, después de ese corte inglés.