EL PUENTE DE BARRANQUILLA, SObre el río Magdalena, fue una obra que las gentes de la costa esperaron durante muchos años.
Su construcción estuvo precedida de más estudios de los que se le han hecho al metro de Bogotá. Finalmente se inauguró en 1974 y ahí se inició una controversia: su nombre. Lo comenzaron a llamar el Puente Alberto Pumarejo, en honor a un destacado político, diplomático e industrial de la región, y después desempolvaron una ley según la cual su nombre era Laureano Gómez. Iniciado el desorden, se propusieron nuevos nombres, como los de Rodrigo de Bastidas o Gonzalo Jiménez de Quesada, por haber sido ellos los descubridores del río. La discusión era interminable hasta cuando un desocupado (siempre lo he sido), lanzó la idea para que no hubiera más discusión: poner las primeras letras de los nombres propuestos: Laureano, Alberto y Rodrigo y las dos primeras de Gonzalo. De esto resultaba no sólo un buen nombre sino lo representativo de lo que significaba la obra: largo. Entonces dijo, ¿por qué no llamarlo Puente Largo? (El Espectador, 07-04-74).
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La verdad, fue que eso ocurrió hace 36 años y al final hubo solución salomónica: en una orilla dice Alberto Pumarejo y en la otra Laureano Gómez. Pero en ese entonces nadie veía los avisos sino la valla de una funeraria, colocada al inicio de la carretera, que decía: “No corra, nosotros lo esperamos”.
Ahora resulta que al aeropuerto Eldorado quieren llamarlo Luis Carlos Galán. Importante dirigente, en mala hora asesinado por la mafia, pero la verdad es que no tiene sentido, ni razón de ser, que al principal puerto aéreo del país no se le conozca con el bello nombre que ha tenido toda la vida.
Hay que ser Galán con Eldorado, llamarlo como siempre, a pesar de que hoy, para llegar hasta él, toca pasar por una obra inconclusa de los Nule que está más quebrada que ellos.
