Macrolingotes

COINCIDIENDO CON EL NUEVO GObierno, los Estados Unidos nos envían un nuevo embajador, en reemplazo del tan simpático y aficionado al béisbol William Brownfield.

El nuevo funcionario se llama Peter Michael McKinley, el mismo apellido de quien fue presidente de esa nación a finales siglo XIX y comienzos del XX, asesinado por ese sino trágico que existe en esa nación, según el cual cada veinte años fallece un mandatario en ejercicio. Afortunadamente, ello no ha vuelto a ocurrir desde 1963, cuando dieron muerte a John Kennedy.

El asesinato de William McKinley, así se llamaba el presidente, le dio un vuelco total a la historia de Colombia. Cuando él gobernaba, su administración había prácticamente decidido construir un canal —no era un tercer canal— por Nicaragua y descartaba hacerlo por Panamá, a pesar de que los franceses ya habían comenzado las obras. Pero el 6 de septiembre de 1901 lo asesinaron en Búfalo y asumió el vicepresidente Theodore Roosevelt, “un maldito vaquero”, según acertada descripción de un senador de la época. Ese nuevo mandatario, extrañamente y con dólares de por medio, cambió de decisión sobre el canal y, con acento imperialista, dijo: “I took Panama”. A los colombianos nos dejó con el poeta Marroquín, también vicepresidente, quien, en el colmo del cinismo, declaró que le habían entregado un país y había devuelto dos.

A este Roosevelt le gustaba convertirse en el centro de atención de toda reunión, se empeñaba —aseguraban— en ser la novia de cada matrimonio y el cadáver de cada funeral. No hay que creer que es el mismo Roosevelt —Franklin Delano—, quien también fue presidente y al que tampoco nosotros podemos confundir con un tal Olano, de cartel, tan mencionado en estos últimos días. Si bien hubo un Roosevelt Delano, hubo otro Roosevelt que nos dio por donde sabemos.

Y tampoco podemos confundir a McKinley, el presidente asesinado, con quien nos llega de embajador a reemplazar a ese center field, William Brown… field que aquí bateó de home run.