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A PROPÓSITO DE LO QUE SE DIJO AQUÍ la semana pasada en el sentido de que nada sabíamos de la tía Julia de Vargas Llosa, su primera esposa, un lector, Luciano Londoño López, me ha hecha saber que falleció a los 84 años, el 11 de marzo de este año en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Descansó en paz, cerca de La Paz, sin gozar del reciente triunfo de su ex marido, el Premio Nobel.
Indudablemente ella fue muy importante en los primeros años de vida literaria del escribidor que, según opinión de su amigo, el poeta y editor Carlos Barral, “ninguna mujer que no fuera de su familia tuvo ninguna importancia para Vargas Llosa”. La “tía Julia”, como él la llamaba y como la denominó en su novela, era hermana de la mujer de su tío Lucho Llosa, hermano de su madre Dorita. Su hoy esposa, Patricia, es a su vez hija de aquellos, razón por la cual de cuñados pasaron a ser sus suegros. Y el mundo sorprendiéndose de los amores subrepticios de los mineros chilenos en donde el más enamorado de ellos (el que tiene dos o tres novias), al enterarse allá abajo de que su situación ya era pública, no tuvo más que declarar: “¡Trágame tierra!”.
Pero lo que a uno le sorprende más de Vargas Llosa es que aparte de su vida sentimental, con más de una travesura, que le ha permitido escribir novelas light como “Travesuras de la niña mala”, también ha tenido tiempo de hacer grandes obras, excelentes ensayos, página quincenal en “El País” de Madrid, ser candidato presidencial, viajar con frecuencia, estar al día en lecturas, releer a Flaubert, a Carpentier… ¡Como hace, sobre todo con tía y prima al lado! Ha escrito unos cuarenta libros, ha tenido tres hijos (uno de los cuales se llama Gonzalo Gabriel, en homenaje a quien sabemos, cuando eran amigos). Definitivamente no sólo merecía el Premio Nobel sino también el premio a la constancia, al trabajo y, lo principal, al amor en familia. Porque la familia es una de las cosas más importante de este mundo… la otra es soportarla.
