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MACROLINGOTES

Óscar Alarcón

08 de noviembre de 2010 - 09:58 p. m.

LA SUPLENCIA PRESIDENCIAL ES una figura muy controvertida entre nosotros en el curso de la historia.

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Cuando los padres fundadores de Estados Unidos se inventaron la vicepresidencia en la Constitución de Filadelfia, para garantizar un ejecutivo con término fijo de cuatro años, reelegible, John Adams dijo: “Se trata de la función más insignificante que el ingenio humano ha podido inventar”. A quien ocupaba ese cargo lo denominaban “Su Excelencia Superflua”. Y Tomas Marshall cuando fue elegido vicepresidente de Wilson se definió como “un hombre en estado cataléptico”, con plena y perfecta conciencia de cuanto está sucediendo a su alrededor pero sin herramientas para intervenir.

Entre nosotros esa suplencia presidencial ha dado para todo, desde golpes de estado hasta patadas y patrañas por debajo de la mesa. Además, los candidatos cuando escogen al vicepresidente lo hacen sobre la base de que son inmortales, es decir, que no hay la más mínima posibilidad de que mueran durante el cuatrienio, se enfermen o les vayan a jugar sucio. En muchas oportunidades Rafael Núñez tuvo que enfrentárseles a sus suplentes y sacarlos, como a José Eusebio Otálora, como a Ezequiel Hurtado y como a Eliseo Payán, no así a Miguel Antonio Caro, a José María Campo Serrano y a Carlos Holguín, quienes les fueron solidarios. Precisamente Caro, quien era su vicepresidente, en una oportunidad encargó al designado, Guillermo Quintero Calderón (entonces coexistían las dos instituciones), y a los cinco días debió destituirlo desde el “lejano” Sopó (donde se encontraba) porque tomó decisiones que no eran de su agrado. Ha sido uno de los gobiernos más cortos de nuestra historia.

¿El lector se puede imaginar lo que habría sucedido si Gustavo Petro hubiera ganado la elección presidencial y Clara López Obregón fuera su vicepresidenta? Los polos opuestos se juntan, menos en el Polo. Recientemente ellos, los otrora candidatos de una misma fórmula, se han enfrentado y han ocasionado más de un dolor de cabeza… y no sólo por la sien. Pero cuando hay un Santo con un Angelito, perdón Angelino, la cosa es distinta.

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