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MACROLINGOTES

Óscar Alarcón

13 de diciembre de 2010 - 10:25 p. m.

AÚN RECUERDO AQUELLA TARDE remota de un jueves de junio de 1967 cuando luego de un café, y horas después de anunciado el Premio Nobel de Literatura al guatemalteco Miguel Ángel Asturias, García Márquez me comentaría en un Monteblanco de la carrera séptima con la calle 17, segundo piso, sin ascensor:

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“¡Qué vaina! Ahora van a creer en el mundo que esa es la literatura que se está escribiendo en América Latina”. Eran los años del boom de la novela latinoamericana, cuando ya Vargas Llosa había escrito La ciudad y los perros; Rulfo, Pedro Páramo; Carlos Fuentes, La Muerte de Artemio Cruz; Cortázar, Rayuela, y el mismo García Márquez se preparaba a la gloria con Cien años de soledad, y de años atrás elogiaban El coronel no tiene quien le escriba.

¿Cómo, en esos momentos, la Academia Sueca galardonaba a Asturias? ¡Acaso no es esto colmo! Pero enmendaron la plana. Ya nadie se acuerda de ese gordiflón guatemalteco, mientras Rulfo y Cortázar, como Borges, fallecieron sin que esos académicos reconocieran sus virtudes. Como posiblemente la pase a Fuentes. También es que no hay espacio para tantos.

En una esquela que conservo orgullosamente, del 15 de febrero de 1973, el hoy Premio Nobel, Mario Vargas Llosa, refiriéndose el boom, dice: “La palabra es tan horrible que no acabo de acostumbrarme a ella”. Pues gracias a esa palabreja, el mundo conoció la realidad de América Latina y dos de ellos, con un intervalo de 28 años, se hicieron merecedores a esa presea, legada por el inventor de la dinamita. ¿Qué más boom que ese, el estruendo de la dinamita?

Hermoso ese discurso de Vargas Llosa, en donde hizo bellamente el recuento de su vida y en donde puso a llorar a todos y en especial a Patricia, su Nobela (porque viene de Nobel), haciéndole el homenaje a ella, su mujer, quien también es su prima, “de naricita respingada y carácter indomable”. Tanto, que luego de esa alusión, comenzaron a llamarlo Vargas llora.

 

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