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Óscar Alarcón
15 de marzo de 2011 - 03:00 a. m.
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EL MANEJO DEL TRÁMITE DE LOS tratados entre Colombia y EE.UU. nunca ha sido fácil, por eso quién sabe cuándo se aprobará el TLC, si es que alguna vez eso ocurre.

Después de la separación de Panamá y luego del llanto y crujir de dientes, finalmente, y después de casi cinco años de discusiones, entró en vigencia el famoso tratado Urrutia-Thomson, que normalizó las relaciones entre ambos países.

Panamá se separó el 3 de noviembre de 1903 y el 18 de diciembre Perú la reconoció como nuevo estado; el 29 del mismo mes, Costa Rica; Venezuela, el 25 de febrero, de 1904; Chile y México, el 1º de marzo; Brasil, el 2 de marzo, y Argentina, el 3 del mismo mes. Y mientras tanto, Colombia seguía llorando. Pero era un hecho cumplido y había que ser realista: ya Panamá era una república independiente y era necesario normalizar las relaciones con ese imperio que nos la había arrebatado. Ellos son Estados Unidos de Norteamérica y creen que Suramérica también es del norte.

Marco Fidel Suárez fue uno de los miembros de la comisión redactora del tratado y desde 1913 comenzó la dispendiosa labor de convencer a sus connacionales de voltear la página, comenzando por el presidente José Vicente Concha, quien no manifestaba ningún interés, entre otras cosas porque había sido negociador en 1902 del tratado con EE.UU. que precipitó la separación de Panamá.

Los norteamericanos, a su vez, también estaban divididos frente a los términos del tratado porque su gobierno se comprometía a pagar a Colombia 25 millones de dólares y ellos consideraban que eso era como reconocer su culpa (¡!). Al final el tratado lo aprobó la Cámara de nuestro país el 22 de diciembre de 1921, siendo presidente encargado Jorge Holguín y canciller Enrique Olaya Herrera.

Concha, que ya era expresidente, llegó de Roma para oponerse, pero no lo pudo hacer porque estaba afónico (ya no tenía voz ni votos) y Suárez había dejado la Presidencia por el debate que le hizo Laureano Gómez. Mientras tanto, la humilde madre de Suárez seguía lavando… pero no los dólares que llegaron de EE. UU.

 

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