EL HOMBRE FUERTE DEL JAPÓN, Naoto Kan, ha resultado más frágil que la tierra de su país.
A pesar de que en esa nación existe el emperador Akihito, toda la responsabilidad del manejo del gobierno reposa en el primer ministro. Tras la declaración de Postdam, firmada el 26 de julio de 1945, luego de las bombas atómicas, el gobierno japonés se vio obligado a cumplir todo lo que le decían las fuerzas aliadas, el 10 de agosto, y aceptar incondicionalmente el pacto de rendición, el 2 de septiembre. Todo a cambio de conservar al Emperador como supremo soberano.
Según la Constitución Meijí de 1888, el emperador era hijo del cielo, gozaba de investidura divina y hereditaria y estaba por encima del gobierno y de la Dieta (el Parlamento). Según la nueva Constitución de posguerra (1946), debatida y aprobada con el visto bueno de Douglas MacArthur, comandante de los aliados hasta 1950, la soberanía ya no reside en el emperador, sino en el pueblo y su poder ya no tiene origen divino sino proviene de la voluntad del pueblo.
Pero en la práctica el emperador es mucho más figura decorativa que la reina Isabel. Akihito sucedió a su padre Hiroito cuando este falleció en 1989. El manejo del gobierno, pues, está en manos del primer ministro Naoto Kan, del partido democrático, a quien dicen que le ha quedado grande la tragedia que vive ese país, razón por la cual su prestigio disminuye cada día. De todas maneras, por muy ejecutivo que sea un gobernante, el reto es para no envidiar.
Afortunadamente, para nosotros, no se cumplió el sueño del expresidente López de convertir a Colombia en el Japón de Suramérica.
(A propósito de este tema, me cuentan que el japonés es muy fácil, porque se lee como se escribe).
