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Óscar Alarcón
07 de noviembre de 2011 - 11:00 p. m.
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Conocí a Alfonso Cano en 1985, cuando el gobierno de Belisario Betancur con el ánimo de buscar la paz creó una comisión de diálogo, comandada por John Agudelo Ríos y en la cual me incluyó.

En ese entonces vivían Jacobo Arenas y Manuel Marulanda y, como resultado de tales conversaciones, se creó la Unión Patriótica, movimiento político que le iba a permitir a ese grupo subversivo participar en la actividad política. Pero “fuerzas oscuras”, y las propias Farc, no lo deseaban y se inició una guerra frontal contra todo aquello que significara el adiós a los armas.

En aquel entonces Cano y Arenas eran los ideólogos de esa organización subversiva, mucho más aterrizado el segundo, y si bien esos diálogos en Casa Verde no concretaban nada —eran muy inflexibles en sus posiciones—, tampoco mostraban actos de paz, como el cese al fuego y el fin de los secuestros. Fue una época en la que perdieron ellos una gran oportunidad y las “fuerzas oscuras” contribuyeron al fracaso asesinando a miembros de la Unión Patriótica (Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, Manuel Cepeda, entre otros muchos). Después vendrían los duros años del narcotráfico, en los que caerían Guillermo Cano, Carlos Mauro Hoyos, Luis Carlos Galán.

El M-19, en cambio, aprovechó esos espacios para desmovilizarse, a pesar del asesinato de Carlos Pizarro, ocurrido en los inicios del proceso. Los resultados están a la vista: Antonio Navarro y Gustavo Petro, reinsertados y con futuro político. Las Farc, por el contrario, se convirtieron en narcotraficantes y hoy es casi la única organización subversiva del mundo, después de la desmovilización de la Eta, y por consiguiente la más rica. Pero en los últimos años han padecido la muerte de sus principales dirigentes y el futuro nada les depara. El jefe dado de baja, después de varios meses del Ejército respirarle en la nuca, y a pesar de ser Cano, murió muy joven. Irreconocible, sin barba. Esa fue una afeitada que le salió muy cara.

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