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MACROLINGOTES

Óscar Alarcón

05 de diciembre de 2011 - 06:00 p. m.

El presidente Santos, al referirse a las Farc y después a las destempladas declaraciones de la senadora Piedad Córdoba, dijo, y pidió perdón al pronunciar la palabra: "No nos crean tan pendejos".

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Todos entendimos y nadie se hizo el pendejo al oírla. La verdad es que esa palabreja tiene dos acepciones. En algunos países suramericanos y en la Costa Atlántica, quiere decir una cosa, y una cosa, cosa, y aquí en el interior significa lo que quiso decir nuestro jefe del Estado.

El diccionario de la RAE trae las dos acepciones, igual que María Moliner: “Pelo del pubis y las ingles. Hombre o mujer cobarde o pusilánime”. En cambio Adolfo Sundheim, en su Vocabulario costeño, y Mario Alario de Filippo, en su Lexicón de colombianismos, con todo y ser ambos costeños, se hacen los pendejos frente al otro significado que tiene en sus tierras esa palabra.

Pero la connotación utilizada por Santos, todos la entendimos porque “el que amaga y no pega, pendejo se queda”.

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Muchos historiadores y aun estudiosos de nuestro derecho público se han referido a la frase que se utilizaba hace como quinientos años: “Se obedece pero no se cumple”. En artículos, conferencias, discursos y también en su libro Introducción al estudio de la Constitución Política de Colombia, el presidente López Michelsen se refiere a ella para explicar, entre otras, la doble vía en que van el derecho y la moral. No es un contrasentido porque etimológicamente, y así se entendía antes, obedecer “expresa la actitud de una persona que escucha a otra, actitud de atención y respeto, pero nada más que una actitud”.

Lo anterior quiere decir que cuando nuestros conquistadores hablaban de “se obedece pero no se cumple”, era solamente escuchar, poner atención, pero no cumplir. En otras palabras, decir que sí y no hacer nada. Mejor dicho, oír pero hacerse el pendejo, o el marica.

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