Llama la atención cómo llega al ocaso de su vida Jacques Chirac, presidente francés de 1995 a 2007, no tanto por su avanzado alzhéimer a los 79 años, sino por la condena de que ha sido objeto y la cual no puede pagar por su edad y por su enfermedad.
Algo similar a lo ocurrido en Italia con Giulio Andreotti, con 92 años, procesado por asociación mafiosa y homicidio, delitos por los que fue “absuelto” pero por prescripción.
Fue Andreotti mano derecha (y sobre todo derecha) de uno de los padres de la república, Alcide de Gasperi (fallecido en 1953), con quien ingresó al gobierno en 1946 y del cual no salió sino hace poco más de diez años, cuando comenzaron a investigarlo. Siete veces primer ministro y ocho ministro de Relaciones Exteriores, esa figura jorobada, muy jorobada, que parece que mordiera la corbata, manejó Italia en su condición de miembro de la Democracia Cristiana y en alianza con el Vaticano. Sólo cuando apareció Berlusconi su poder disminuyó y su futuro comenzó a quedar en manos de la justicia.
Dice tener secretos que “se los llevará al Paraíso”, no porque se lo merezca “sino por la bondad de Dios”, según declaró con exceso de modestia, de confianza o de culpa. En la soledad de un político retirado no celebró sus 90 años por cuanto espera hacerlo a los 100.
Chirac y Andreotti son dos políticos que manejaron sus países y que concluyeron sus vidas como cualquiera de los nuestros, condenados y modelando.
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Gay Talese, ese gran periodista norteamericano que de gay sólo tiene el nombre, en su libro Honrarás a su padre sostiene que la palabra “mafia” tiene origen en 1282, cuando un soldado francés violó a una chica de Palermo. La madre comenzó a gritar “Ma fia, ma fia” (“mi hija, mi hija”, en dialecto siciliano). Ello dio lugar a una guerra de los sicilianos con los soldados franceses, similar a la que tuvimos en La Guajira entre los Cárdenas y los Valdeblánquez.
