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Ya el 9 de abril pasa sin pena ni gloria (a propósito ¿qué hay de Gloria Gaitán?).
Es que ya han pasado 64 años y la gran mayoría de la población colombiana no sabe qué pasó ese día. Simplemente lo hemos leído con las pasiones que reflejan sus cronistas. Uno de los testigos de esa jornada, porque era ministro de Educación, fue Joaquín Estrada Monsalve, quien escribió días después sobre los hechos El 9 de abril en Palacio. Horario de un golpe de Estado, librito que sólo recientemente tuve oportunidad de leer.
Tiene el mérito de relatar cómo se vivieron esos momentos en la sede de gobierno, mientras a la ciudad la incendiaban. Se refiere a cómo el presidente Ospina Pérez se preparó para recibir a los jefes liberales, a sabiendas de que le iban a pedir la renuncia. En esos momentos (nueve de la noche) apareció doña Bertha con pistola al cinto, y dijo así con inspirado acento: “Si los turbos llegaren a asaltarnos, antes de que puedan tocarnos, no desperdiciaré un solo proyectil”.
Con la dimisión de Ospina, los liberales pretendían que asumiera inmediatamente Echandía, mientras regresaba de Nueva York Eduardo Santos, quien era el designado. Sin embargo el tiempo le ganó la partida al dueño de ese periódico, sobre todo porque el presidente era un zorro que con su habladito pausado y paisa fue dilatando la situación hasta lograr que amaneciera, ofreciéndoles a cambio el Ministerio de Gobierno, paridad en el resto del gabinete, y reservando el Ministerio de Guerra al general Ocampo.
Frente a la crisis de ese momento, cuenta Estrada Monsalve, recordaron en el gobierno una frase, muy para el momento, de José Vicente Concha: “Tras los secretos, los decretos, y tras las conceptuaciones, las aceptaciones”. Ante eso no había más nada que hacer. Los jefes liberales se fueron en el alba sin recibir ni un tinto, porque doña Bertha así lo ordenó, y el Gobierno acudió al famoso artículo 121 de la Constitución, el del estado de sitio, artículo que empezaba con uno y terminaba con uno.
