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Entre los países del mundo, Francia tiene una particularidad: su historia es la historia del amor.
De pronto es igual en otras partes, pero los galos tienen la característica de que lo cuentan sin ruborizarse. ¿Por qué se convirtió al catolicismo Clodoveo? Por amor a Clotilde. ¿Dónde se encontraba Enrique IV cuando fue asesinado? Iba en busca de una mujer. ¿Quién fue el árbitro de paz y de guerra durante el reinado de Luis XV? Madame Pompadour. ¿Por qué Napoleón hizo la campaña de Italia? Por los hermosos ojos de madame Castiglione. El asunto da para tanto que Guy Breton escribió diez tomos sobre la hermosa historia del amor en la historia de Francia.
Por eso a mí no me cabe la menor de que Dominique Strauss-Kahn hoy sería el nuevo presidente de Francia si los hechos de su desgracia no hubieran ocurrido en Nueva York. Vean cómo son las cosas, el nuevo mandatario tuvo ese feliz destino por lo sucedido con el expresidente del Fondo Monetario Internacional. Le tocó a François Hollande, quien casualmente fue el ‘compañero permanente’ (no marido oficial, pero con la que tuvo cuatro hijos) de Ségolène Royal, quien hace cinco años perdió la presidencia con Sarkozy. Éste, en esos cinco años, tuvo crisis personales, nacionales y mundiales; viajes, visitas, divorcio, boda e hijo. Se casó con esa hermosa italiana, Carla Bruni, a pesar de la escasa estatura de él: 1,65 metros. Es que en la cama todos somos del mismo tamaño.
El hoy nuevo presidente francés estudió como Sarkozy en la exclusiva y prestigiosa Escuela Nacional de Administración, ENA, en donde no sólo consiguió las mejores notas sino a su compañera, Ségolène Royal. De ella se separó hace cinco años, cuando fue candidata y derrotada por Sarkozy, y desde entonces tiene como nueva compañera permanente a Valérie Trierweiler, prestigiosa periodista de televisión.
Por algo aseguran que en Inglaterra un primer ministro cae cuando tiene novia, y en Francia, un presidente cuando no la tiene.
