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MACROLINGOTES

Óscar Alarcón

11 de junio de 2012 - 06:00 p. m.

Cuando murió Diana, nadie daba un chelín por la familia Windsor y, por consiguiente, mucho menos por la monarquía del Reino Unido.

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En cambio ahora no han alcanzado los días para celebrar los 60 años del reinado de Isabel II, un período casi tan largo como al que aspirarían algunos de nuestros magistrados de las altas cortes. Están tan de plácemes que hasta Camila Parker les parece linda. Casi el 70% de los británicos cree que el Reino Unido estaría peor sin la monarquía y sólo el 22% cree que estaría mejor.

La verdad es que la reina no hace nada. Reina pero no gobierna. Todo el poder está en manos del primer ministro, a quien llaman “El hombre más poderoso del reino”, a pesar de que en una ocasión ese hombre fue una mujer: Margaret Thatcher.

La aparición del primer ministro fue debido a una circunstancia puramente ocasional. En 1714 Giorgio I de Hannover, por no dominar la lengua inglesa, se abstuvo de participar en las reuniones de gabinete, razón por la cual la presidencia de ese organismo la asumió el ministro lord del Tesoro. Sin embargo, la denominación se usó al comienzo de manera despectiva por los opositores de Wampole, que lo acusaban de ser el “único y primer ministro del reino”. Así siguieron llamándose sus sucesores y sólo se afianzó con William Pitt (el joven), que mantuvo las funciones de primer lord del Tesoro de 1783 a 1801 y de 1804 a 1806.

Prácticamente las dos únicas funciones de la reina son: la disolución de la Cámara de los Comunes y el nombramiento del primer ministro. La primera la cumple cuando se lo dice el primer ministro y en cuanto a la segunda, nombra a aquel que es jefe del partido mayoritario en la Cámara de los Comunes, que lo escogen los de esa colectividad. Luego tampoco ejerce esa facultad.

Hay otra más: instalar el Parlamento, para lo cual lee un discurso que le hace el primer ministro. Gracias a ese “trabajo” puede llegar hasta cien años de reinado. Por eso la Reina Madre (esa sí no hacía nada) llegó al siglo de vida, bañándose diariamente en un lago de Ginebra.

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