Mientras la reina Isabel de Inglaterra aguantó más de cuatro horas de pies observando el desfile en su honor de mil embarcaciones por el río Támesis, el príncipe Felipe, su marido, no aguantó y tocó hospitalizarlo.
La urgencia no fue tanto por permanecer allí, de pies, sino porque el protocolo no le permitía ir al baño. Hay que considerar al pobre hombre ante ese sacrificio del que no se escapan ni siquiera los de mejores familias.
Algo similar ocurrió aquí durante la posesión de Mariano Ospina Pérez. El presidente del Congreso era José Jaramillo Giraldo, quien se caracterizaba por pronunciar largos discursos. Fue así como ese día, 7 de agosto de 1946, habló durante más de cuatro horas y al poeta y dramaturgo español Eduardo Marquina, enviado especial del generalísimo Francisco Franco a esa ceremonia, para no romper el protocolo le tocó aguantarse y “aguantar” durante todo ese tiempo. Como consecuencia de ese “aguante”, no rompió el protocolo pero casi se le rompe la vejiga urinaria. Le dio cistitis y a las pocas semanas falleció.
De pronto, si Jaramillo Giraldo hubiera hablado un poco más se habrían evitado el asesinato de Gaitán y los horribles hechos del 9 de abril de 1948.
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José Jaramillo Giraldo, de ascendencia liberal, nacido en Manizales, años después de su kilométrico discurso en la posesión de Ospina, ingresó a la Anapo, y ante la imposibilidad de que el general Rojas Pinilla fuera candidato presidencial porque, de acuerdo con las disposiciones del Frente Nacional, en 1966 el turno le correspondía a un liberal, fue candidato de ese grupo político. Sacó 742.133 votos, frente a Carlos Lleras Restrepo, quien logró 1’891.175.
De haber ganado, su discurso de posesión hubiera ocasionado muchos “aguantes”, con retención en la fuente incluida.
