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Hay un antecedente de objeción presidencial a una reforma constitucional. Sucedió con el acto legislativo número 3 de 1910, cuando el presidente Carlos E. Restrepo lo devolvió por vicios de trámite. La Asamblea Nacional (Congreso de la época) no los aceptó, pero hubo quienes conceptuaron que sí era factible considerarlos.
Ahora la situación es bien difícil. El presidente la objeta y, por consiguiente, debe ir al Congreso para que decida si es viable la objeción y en este caso entre a considerarla. Pero sucede que las reformas constitucionales sólo se pueden tramitar en dos períodos ordinarios sucesivos que ya vencieron el 20 de junio. En sesiones extraordinarias no se puede, y en la nueva legislatura y nuevo período que comienza el 20 de julio, tampoco se puede porque ya pasaron los dos períodos ordinarios sucesivos. En tales circunstancias no puede ir a la Corte Constitucional porque se necesita que pase por el Congreso, y la posibilidad de que vaya a esa alta corporación es que el presidente de la República o del Congreso la mande a publicar para que se promulgue y entre a regir, caso en el cual cualquier ciudadano la podría demandar o cabría un referendo derogatorio. Pero en esa eventualidad cumpliría sus efectos y vendrá el sinnúmero de beneficios que ni el Gobierno... ni el país desean. (Advierto, parte del trámite de la reforma constitucional de 1968 se hizo en sesiones no ordinarias).
¿Entonces? Lo mejor es dejarla como está, sin promulgación, y que quede en artículo mortis. Pero se corre el riesgo de que en uno, dos, diez o 20 años, cualquier presidente de la República o del Congreso la podría mandar a publicar, quedaría promulgada, y cumpliría sus efectos.
Definitivamente estamos en el limbo. Recuerdo que hace 21 años, cuando los constituyentes firmaban la actual Constitución, uno de sus miembros, el hoy ministro de Justicia y quien acaba de renunciar, Juan Carlos Esguerra, antes de poner su rúbrica se echó la bendición. ¿Sería por eso que lo crucificaron? Pero hay otros culpables, porque la verdad es que la reforma se hundió... en el Pantano de Vargas.
