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Óscar Alarcón
06 de agosto de 2012 - 11:19 p. m.
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Al presidente Rafael Núnez no le gustaba gobernar sino ganar elecciones. En 1882 murió el presidente titular, Francisco Javier Zaldúa, y siendo Núñez primer designado, no quiso asumir y prefirió que lo hiciera el segundo designado, José Eusebio Otálora.

Al poco tiempo de hacerse cargo del poder, los enemigos del cartagenero comenzaron a “calentarle el oído” al presidente en ejercicio con el fin de que aspirara para el próximo período, señalándole que no incurría en inhabilidad por cuanto las funciones que desempeñaba no las hacía como titular, sino como designado o suplente.

Cuenta el cronista de la época José María Cordovez Moure que tan pronto se despertaba Otálora de su lecho por la mañana, entraban a la alcoba los radicales para rogarle que aceptara la candidatura. Él se dejaba persuadir, soltaba el “sí”, como hacen las niñas remilgadas, y los comisionados salían de Palacio cantando victoria. Al mediodía se hallaba perplejo el vacilante personaje y manifestaba que el asunto era tan grave, que requería seria meditación. A las ocho de la noche iba el grupo de los nuñistas a donde el designado y lo soltaban hasta que lo dejaban bien arropado entre su cama, después de obtenido el “no” rotundo que ellos se apresuraban a publicar como definitiva resolución.

Las escenas se repetían diariamente y sólo después de un mes optó por seguir con el nuñismo y no aspirar. Le envió una carta a Núñez para manifestarle su amistad y señalarle que desgraciadamente había sido víctima de “intrigas políticas”.

Cualquier parecido entre el designado y el vicepresidente de hoy es mera coincidencia.

***

Mientras el rey Juan Carlos caía muy bien, la princesa Leticia hacía un homenaje a Marilyn Monroe en el cincuentenario de su fallecimiento: las brisas de agosto mostraron su ropa interior (de marca, a pesar de la crisis). Y, por consiguiente, mucho más fina que la de la viceministra costarricense, Karina Bolaños.

 

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