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Óscar Alarcón
03 de septiembre de 2012 - 10:33 p. m.
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¡Cómo no vamos a buscar la paz con tantos años que llevamos tras ella! Precisamente el próximo jueves se cumplen 60 años de una fecha nefasta de nuestra historia política.

El 6 de septiembre de 1952, en la iglesia de San Diego, se cumplían las exequias de cinco policías asesinados en Rovira. Era sábado y el designado encargado del gobierno, Roberto Urdaneta Arbeláez, se encontraba en su casa de recreo en Funza, llamada también San Diego. Fue a un club vecino, el San Andrés, a jugar golf y cuando apenas iba por el noveno hoyo, quienes regresaban de los funerales, en Bogotá, se fueron en manifestación a la Dirección Liberal, a las instalaciones de los periódicos El Tiempo y El Espectador y a las residencias de los jefes liberales Alfonso López Pumarejo y Carlos Lleras Restrepo. Hubo disturbios, saqueos e incendios, mientras el gobernante estaba con sus palos en el campo de golf, indiferente y tomando sol. Lo llamaban pero no oía.

Llamó la atención que mientras la residencia de López Pumarejo, situada en la calle 25, se reducía a cenizas, la del designado, que era contigua, permanecía intacta con la vigilancia de un cabo y dos soldados que se limitaron a ver los disturbios de al lado porque no tenían orden de moverse. La última en ser destruida fue la residencia de Lleras Restrepo, ubicada a cuarenta cuadras al norte, sin que durante el trayecto de la manifestación ninguna autoridad hubiera evitado el propósito de los revoltosos. El jefe liberal trató infructuosamente de defender a tiros su bien, pero fue imposible.

Los incendiarios transitaron libremente desde la Avenida Jiménez hasta la calle 70 con la mayor tranquilidad sin que las autoridades de entonces intentaran persuadirlos. Ese día los periódicos liberales perdieron sus colecciones y archivos, uno de sus más preciados tesoros, y los jefes liberales se limitaron a ver cómo sus casas eran víctima del sectarismo. Era la violencia partidista de otros tiempos con otros actores y espectadores. Pero era violencia. ¿Cómo no debemos buscar la paz, si aún no la conocemos?

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