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Colombia es quizás el único país latinoamericano que no ha cambiado su unidad monetaria.
Los fenómenos inflacionistas de varios dígitos hicieron que en Argentina, Uruguay, Perú, Brasil, entre otros, determinaran la creación de “nuevos pesos” o que cambiaran el nombre de su moneda.
A finales del siglo XIX y comienzos del veinte, cuando éramos un país long-play, con 33 revoluciones por minuto, la escasez de dinero nos llevó también al cambio de moneda.
Los bancos contaban con libertad de emisión y eran los agentes fiscales del gobierno, situación que permitió que en el gobierno de la Regeneración el presidente Rafael Núñez creara el Banco Nacional, entidad que tuvo buenos propósitos pero no pudo poner fin al problema. La guerra de los Mil Días afectó grandemente la tasa de cambio, que alcanzó a fluctuar en curvas de cinco y seis mil puntos por mes.
Fue necesario que se expidiera la Ley 59 de 1905 para hacer un saneamiento monetario, disponiéndose que la unidad y la moneda de cuenta de la república era el peso oro dividido en cien centavos con un gramo seiscientos setenta y dos miligramos de peso y novecientos milésimos de oro fino. Las demás monedas de oro eran: el doble cóndor, de valor de veinte pesos; el cóndor, de valor de diez pesos, y el medio cóndor, de valor de cinco pesos. Posteriormente se cambiaron las denominaciones anteriores por el peso fuerte de oro, divido en cien centavos y equivalente a la quinta parte de la libra esterlina inglesa, tanto en peso como en ley.
A medida que el peso fue perdiendo de ídem desaparecieron los centavos. Además, el dólar ya dejó de ser verde, con tanto lavado. Por eso, buscando una moneda sana, como la llamaba el cofrade Alfonso Palacio Rudas, el Gobierno pretende quitarles tres ceros a los billetes, de tal manera que lo que hoy cuesta diez mil pesos quede en el ridículo precio de diez pesos.
La medida por lo menos es novedosa. Ojalá no resulte un cero a la izquierda eso de quitar tres ceros a la derecha.
