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Óscar Alarcón
01 de octubre de 2012 - 11:00 p. m.
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A comienzos del siglo XX, en los EE.UU. se comenzaron a implantar las elecciones primarias para escoger candidatos a la Presidencia.

El primer estado de la Unión en establecer ese procedimiento democrático fue New Hampshire en 1796, pero no volvió a utilizarlo. Sólo en 1910, en Oregon, esa clase de elección se volvió a poner en práctica y desde entonces se fue generalizando hasta el punto que hoy la mayoría de delegados a las asambleas de los partidos Demócrata y Republicano son elegidos de esa manera. A pesar de ello, hay estados que siguen escogiendo a sus asambleístas con el viejo y antidemocrático procedimiento del bolígrafo, en donde los “caciques” partidistas lo seleccionan a su arbitrio.

El presidente Carlos Lleras Restrepo fue abanderado de acabar entre nosotros con esa vieja costumbre del “bolígrafo” y por eso impulsó las llamadas consultas para escoger candidatos. Por eso habló de la “democratización liberal”. Su discípulo, Luis Carlos Galán, dio esa batalla dentro de su partido, y si no hubiera sido por su asesinato habría ganado la consulta liberal, habría sido el candidato oficial de su partido y sin ninguna duda hubiera llegado a la Presidencia.

De todas maneras, las consultas se establecieron como un eficaz procedimiento electoral. Pero, ¿qué ha pasado? Este es un país extraño. Habla mal del Congreso y cada cuatro años elige a los mismos. Lo convocan a participar en las consultas y no concurre, y al mismo tiempo se queja de la cantidad de plata que se bota en esas ineficientes jornadas. El pasado domingo se gastaron $36.000 millones y se imprimieron 7’600.000 tarjetones para delegados a asambleas de los partidos MIRA, Verde y Polo, y el número de participantes fue mínimo. El año pasado el costo fue mayor, llegó a $80.000 millones con todos esos ceros a la derecha. ¿Vale la pena una democracia tan costosa?

Definitivamente hay que replantear el tema. Con tanta plata debe haber consultas, pero en las EPS.

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