Estuvo por aquí de visita hace unos días el presidente alemán, Joachim Gauck. En esa república es una figura decorativa que tiene muchas menos funciones que Isabel de Inglaterra, que reina pero no gobierna.
Sinceramente no hace nada, si acaso una que otra vez lo invitan a las sesiones solemnes de los colegios. Por eso es que tiene tiempo para visitar estos países latinoamericanos, y en Bogotá no le hicieron más programa que darle un paseo por el centro, por el barrio de La Candelaria, desayunar con chocolate en la Puerta Falsa y también comer cocadas con panela.
En la Constitución de posguerra de Alemania, la figura del jefe del Estado, que es el presidente de la República, quedó bastante disminuida, con mucho menos funciones de aquellas que tenía en la Constitución de Weimar. En ésta lo elegían popularmente para un período de siete años, cuando ahora lo hacen el Parlamento y delegados de las regiones, por sólo cinco años.
Nuestro ilustre visitante está recién elegido. Reemplazó a Christian Wulff, quien a comienzos del año pasado salió por la puerta de atrás (casi por la puerta falsa) porque descubrieron que obtuvo préstamos personales con organismos y personas que negociaban con la administración, pero estaba tan desorientado con lo que pasaba que se atrevió a decir, cuando pedían su dimisión, “asumo con agrado mi responsabilidad, pero no he cometido ninguna irregularidad. Fue un grave error”.
De todas maneras cayó y en su reemplazo eligieron a Joachim Gauck a quien le sobra tanto tiempo que ya sabe hasta la cantidad de azúcar que tienen nuestras cocadas. El hombre fuerte de Alemania y de la Unión Europea es una mujer, la señora canciller Ángela Merkel, quien a pesar de los escándalos que afectan a su gobierno, todo hace indicar que seguirá en el poder en las elecciones de septiembre próximo.
En las repúblicas de sistemas parlamentarios, el presidente es un mueble viejo que ni suena ni trina.