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Óscar Alarcón
24 de diciembre de 2013 - 04:00 a. m.
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A finales de los setenta el terrorismo de la Brigadas Rojas estaba en su furor en Italia.

Como corresponsal de este periódico, allí tuve la buena fortuna de cubrir esos acontecimientos y, por consiguiente, uno de los más lamentables, como sería el secuestro y muerte de Aldo Moro. Algunas cadenas de radio colombianas me aprovechaban y yo les colaboraba. Pero después de estar por esos tiempos en Roma (dos años), mi gran ilusión era cubrir la muerte de un papa. Había recopilado una completa información sobre todos los cardenales que iban a hacer parte del conclave. Me cansé de esperar y a mediados de 1978 vi a Pablo VI muy cerca, tan cerca como el lector tiene este periódico, y observé que gozaba de buena salud. Mis estudios habían concluido y no tuve más opción que regresar a Colombia, y al día siguiente de llegar murió Pablo VI y 33 días después Juan Pablo I. Además, mi equipaje se extravió dando la vuelta por medio mundo, con todos los documentos recopilados, y sólo mi persistencia y un milagro permitieron que la aerolínea me lo entregara seis meses después, cuando ya los papeles no tenían ningún valor y la ropa me quedaba estrecha.

Orlando Cadavid, buen amigo, quien entonces era director nacional de noticias de RCN, me llamaba a hora colombiana para que en mi madrugada le hiciera un informe sobre el secuestro de Moro. Después de mi regreso me comentó, en medio de mi nostalgia, que había localizado en Europa a un excelente periodista, Antonio José Caballero. Tuvo éste, en cambio, la fortuna, que he lamentado toda mi vida, de cubrir no una sino dos muertes de papas en menos de un mes, y luego de otros más.

Después Caballero regresaría a Colombia y, de la mano de Juan Gossaín, demostraría sus condiciones de gran reportero. Me volvería gran amigo suyo, tanto que departíamos con otros colegas. Lo vi, por última vez, diez días antes de su muerte en la avenida Circunvalar con calle 72, y le pité desde mi carro. Él, más delgado pero con la misma sonrisa, alzó su brazo derecho y me respondió el saludo, sin saber yo que ese gesto de adiós era para siempre. Con seguridad debe estar haciéndole un reportaje a san Pedro, en italiano, sobre cómo estaban las finanzas del Vaticano hace 20 siglos.

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