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Definitivamente la vicepresidencia no ha pegado en Colombia.
En cambio en los EE.UU. ha cumplido los propósitos de los padres fundadores. Allí jamás se ha visto que el suplente pretenda darle un golpe de mano al presidente titular.
El vicepresidente sabe ser paciente, esperar si se dan las circunstancias y, si ellas no se presentan, buscar la nominación de su partido en el período siguiente, cuando el jefe del Estado no la pretenda. Es algo que también opera en la empresa privada norteamericana: los vicepresidentes de la General Motors y Coca-Cola, por ejemplo, reemplazan a los presidentes cuando estos se retiran.
En ocho oportunidades los vicepresidentes de EE.UU. han reemplazado a los mandatarios cuando han fallecido y una vez, por renuncia, cuando Nixon. Además la vicepresidencia ha sido la antesala para aspirar al cargo titular: Nixon fue vicepresidente de Eisenhower; George Bush (padre), lo fue de Reagan, y Al Gore de Clinton, pero no salió elegido.
De los ocho vicepresidentes que reemplazaron a los titulares por muerte, sólo tres no fueron elegidos presidentes después: Millard Fillmore (1850-1853), Chester Arthur (1881-1885) y Lyndon Johnson (1963-1969). Luego allá los vicepresidentes no son figuras grises, como los han querido presentar, ni es “su excelencia superflua”, como algunos críticos han denominado a esa figura.
En Colombia, por el contrario, la figura revivida en la Constitución de 1991, después de haber existido en el siglo XIX, no ha cumplido sus propósitos. Pensaron nuestros constituyentes que con ella se contribuía a la votación del candidato, fenómeno que aparentemente no se ha podido demostrar, y tampoco le ha abierto camino a quienes han sido escogidos para el cargo. Por primera vez se le está dando esta connotación al pensarse en Germán Vargas Lleras o en el general Óscar Naranjo como vicepresidente ahora y como candidato presidencial después. ¿Qué estará pensando el presidente Santos? Averígualo, Vargas.
