El socialista François Hollande no ha sido un buen presidente y lo más probable es que no será reelegido.
Ante el mundo, ello se deberá a sus escarceos amorosos, pero no así para los franceses. A finales del año pasado tenía los más bajos índices de popularidad, antes de que fuera cogido con las manos en la moza, y de ello no ha podido recuperarse.
El gobernante, para los franceses, puede hacer con su vida privada lo que desee siempre que ello no afecte sus responsabilidades con el Estado. Eso no es de ahora, es antiquísimo. Por ejemplo, Napoleón III fue un fornicador implacable. Llegó soltero al Elíseo, se casó en 1853 con Eugenia de Montijo y siguió con sus amantes. Valéry Giscard d’Estaing, a pesar de tener una cara de “yo no fui”, tuvo un inoportuno accidente en septiembre de 1974, cuando al amanecer chocó con la camioneta de un lechero que, en una reacción inmediata, le pegó a su victimario. Tamaña sorpresa se llevó al darse cuenta de quién se trataba y mucho más al ver que estaba pasado de copas y bien acompañado. El mandatario iba en un Ferrari con la actriz argelina Marlene Jobert.
El paparazzi Sébastien Valiela, quien tomó las fotos de Hollande en la motoneta en la calle du Cirque, las cuales originaron el escándalo de su infidelidad, es de casualidad el mismo que tomó la fotografía de Mitterrand saliendo de un restaurante con su hija bastarda y que en su momento salió publicada en Paris Match. Dice la leyenda que Mitterrand permitió su divulgación porque deseaba reconocerla.
Hollande no se ha casado y la madre de sus hijos, Ségoléne Royal, fue candidata presidencial para el período 2007-2012, cuando ganó Nicolás Sarkozy. Por sus recientes escarceos con la actriz Julie Gayet dejó a su amante, Valérie Trierweiler —la “rottweiler”, como le dicen—, y sus electores socialistas también consideran que les ha sido infiel al adoptar políticas económicas liberales. Así las cosas, de pronto, al salir del Elíseo, termine comiendo nuevamente postre Royal.
