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Cuando el Parlamento tomó importancia en detrimento de los reyes, el verdadero gobierno estaba en una comisión nombrada de su seno que se llamaba Gabinete, el cual debía cumplir misiones e informar de sus desarrollos.
De ahí provienen las mociones de confianza y de censura. Por eso, en la gran mayoría de los sistemas parlamentarios, los ministros son miembros del parlamento y en muchos de ellos mantienen simultáneamente la doble condición.
A pesar de que somos un sistema presidencial, siempre nuestras constituciones establecieron que los congresistas podían ser nombrados ministros, pero cuando llegaban al gobierno debían hacer dejación transitoria de su condición de miembros de las Cámaras. Pero nuestros constituyentes del 91 fijaron la prohibición de que los congresistas no podían hacer parte del gobierno. “Si por política se entiende el arte de gobernar a los pueblos —decía el presidente López Michelsen criticando esa incompatibilidad—, imponer semejante limitación para entrar a hacer parte del gobierno a quien es miembro del Congreso, entraña un contrasentido”.
Por eso desde 1991 el Congreso ha perdido importancia. Los grandes debates, los magistrales discursos, las extraordinarias ponencias, hoy son historia. Los políticos inteligentes, preparados, optan por no aspirar a las cámaras para tener la opción, si hacen parte del partido de gobierno, de ser nombrados en el gabinete. El caso del futuro senador Álvaro Uribe será distinto en esta ocasión, porque de acuerdo con la Constitución es el único colombiano que no puede ser elegido presidente de la República y con seguridad el 7 de agosto no aceptaría que el próximo presidente lo nombre alto comisionado o ministro de Defensa, así el mandatario sea Óscar Iván, Marta Lucía, y mucho menos el mismo Santos
Como quedó la Constitución en 1991, hay que votar el domingo por los malos para que lleguen al Congreso, porque si no salen electos, con seguridad lagartean para que los nombren ministros.
