Macrolingotes

Vuelve a hablarse de Constituyente, un tema recurrente cada cierto tiempo.

Pero la verdad es que al pueblo eso no le gusta. Cuando hace 24 años se convocó la última, la que aprobó la Constitución de 1991, solo participaron 3’710.557 ciudadanos de un censo electoral de 14’237.110, lo que significó una abstención de 73,4 por ciento, la más alta de los últimos años.

Aparentemente en los noventa había un deseo de convocar esa Asamblea cuando los estudiantes lanzaron la propuesta de la séptima papeleta. El gobierno Barco fue receptivo con la iniciativa y buscó mecanismos legales para que se hiciera el conteo. Sin embargo eso no se logró, la séptima papeleta no se pudo contabilizar y en la práctica su número de adherentes si acaso llegó al millón. A pesar de todo, y gracias a una Corte Suprema de Justicia complaciente, pudo torcérsele el pescuezo a la centenaria Constitución del 86 para hacer la convocatoria.

Aun cuando el propósito inicial era hacerle enmiendas a la Carta vigente, la Constituyente terminó enterrándola, sin Humareda y sin anuncios desde el balcón de Palacio. Pero lo más grave es que hizo lo que la clase política de la época jamás le perdonó: revocó a los congresistas a pesar de que el acuerdo político que se suscribió previamente a su convocatoria decía en forma expresa que ella no podía modificar “el período de los elegidos en este año” (1990).

¿Quieren otra Constituyente?

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A la Constitución de 1863 el presidente Núñez la enterró después de la batalla de la Humareda y desde el balcón de Palacio cuando dijo que esa Carta había dejado de existir. Afortunadamente Petro ya no puede utilizar el balcón del Palacio Liévano para anunciar la muerte de la Carta del 91 porque ¿en qué quedan las normas pétreas?

Óscar Alarcón