Miguel Antonio Caro, que no es santo de mi devoción, tuvo sin embargo una particularidad: jamás salió de la Sabana de Bogotá, pero estaba en todo.
Óscar Alarcón
Fue quien manejó la Constituyente de 1886 y quien escogió a los nefastos mandatarios Manuel Antonio Sanclemente y José Manuel Marroquín, ambos de ingrata recordación. Por haberle salido calceto éste último –pretendía que continuara con la dictadura del poetariado– se la enfiló a su hijo Lorenzo Marroquín y desde entonces le acuñó la denominación de Hijo del Ejecutivo, que por estos días volvió a emplearse, pero en plural.
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Lorenzo fue personaje destacadísimo en la separación de Panamá, a pesar de que muchos hoy no lo recuerdan por eso sino por haber sido el constructor del Castillo Marroquín ubicado a la salida de Bogotá, por el norte, cerca al puente del Común. Desde su torre se ve toda la Sabana y allí sólo se puede subir por una estrechísima escalera hecha con el propósito de que su robusta esposa no lograra llegar y él pudiera estar a solas, sin la cantaleta al lado, mirando las estrellas y releyendo las clases de ortografía, en verso, de su padre José Manuel Marroquín.