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Macrolingotes, mayo 28

Óscar Alarcón

27 de mayo de 2013 - 06:26 p. m.

En la cumbre del Pacífico en Cali, un reportero local tuvo la buena suerte de convencer al presidente Mariano Rajoy de que le diera una declaración, proeza que no logran jamás los colegas españoles porque el jefe del Gobierno es reacio a hablar con los medios.

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Logrado el cometido, el periodista se dirigió al personaje como el “presidente de la República de España”. Rajoy rió y le explicó que España no era una república. Entonces el reportero se excusó y le lanzó nuevamente la pregunta al “presidente del Reino Unido de España”. No pudo aguantar la risa el gobernante pero, como estaba de buenas pulgas, le hizo la explicación más en detalle y permitió el tercer intento. Pero cuando el colega se aprestaba a preguntar correctamente, la cámara de TV falló.

La anécdota se parece a lo ocurrido a un presidente colombiano que en las Cortes de Madrid (es el parlamento, no confundirlo con el Corte Inglés) se refirió al “presidente de la República española”. Nuestro canciller, que estaba su lado, le hizo caer en cuenta del error y el mandatario no tuvo más que excusarse con estas palabras: “Me perdonan la equivocación, pero es que mi espíritu republicano me hizo incurrir en esta equivocación”.

España es una monarquía constitucional; por eso tiene rey, quien es jefe del Estado, y hay un jefe de gobierno a quien llaman presidente (pero del Gobierno), funcionario a quien en otros sistemas parlamentarios se le conoce como primer ministro, en la Gran Bretaña; canciller, en Alemania; presidente del Consejo, en Italia. Por unos años España fue una república, pero ella desapareció con la guerra civil que ganó Franco. Por eso no es de buen recibo hablarle a un amigo de la monarquía de “un espíritu republicano”.

Cuando murió el generalísimo, y asumió don Juan Carlos, se dijo que había sido el rey más barato de la historia, porque sólo había costado un Franco.
En conclusión, la diferencia esencial entre la monarquía y la república es que en ésta uno corre el peligro de ser elegido presidente y en la monarquía no se corre el peligro de ser elegido rey.

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