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La historia parece demostrar que los gringos, en materia presidencial, no son dados a los extremos, lo cual significaría que no tienen buen porvenir el republicano Donald Trump y el demócrata Bernie Sanders.
En 1964 el presidente Johnson, quien asumió tras el asesinato de Kennedy, se presentó a la reelección y tuvo como contraparte al republicano, senador derechista de Arizona, Barry Golwater. Logró un triunfo aplastante, el 61 % del total de la votación. Golwater solo ganó en Arizona y en cinco estados del sur. El voto electoral fue de 482 de Johnson contra 52 del republicano.
En 1972 Richard Nixon consiguió la votación republicana más grande de la historia frente al demócrata de Dakota del sur, y considerado de tendencia izquierdista, George McGovern, quien apenas llegó a 17 votos electorales contra 520 de Nixon. Claro que después vino el escándalo del Watergate que condujo a la renuncia del presidente. ¿El triunfo habría sido tan contundente si no hubiera habido las chuza… das? Habría que preguntárselo a los periodistas Woodward y Bernstein.
Hay, sin embargo, una excepción para esta teoría de los extremos. El derechista republicano Ronald Reagan obtuvo 489 votos electorales contra 49 del presidente Jimmy Carter, quien por eso no fue reelegido. Claro que en esos comicios hubo una alta abstención: los votos de Reagan apenas llegaron al 28 % del potencial electoral.
El panorama demócrata parece estar despejado en favor de la señora Hillary Clinton, no tanto porque ha logrado una mayoría relativa frente a Sanders, sino porque cuenta además con el apoyo de los notables de su partido. En cambio si bien Trump lleva la delantera, sectores muy importantes de su partido no lo ven con buenos ojos.
De todas maneras, para ganar la señora Clinton no solo necesita de votos, sino también de botox.
