Hay que acabar con el escudo nacional porque allí aparece el canal de Panamá, cuando ya no es nuestro. La verdad es que Panamá jamás fue de Colombia. Ellos se declararon libres e independientes del gobierno español el 28 de noviembre de 1821, un poco más de diez años después del 20 de julio de 1810 cuando lo hicimos nosotros. Se anexaron voluntariamente a Colombia porque aspiraban a que los gobernara Bolívar y para hacer parte de una nación grande que les permitiera construir el canal. Así como se anexaron voluntariamente, también voluntariamente se separaron cuatro veces antes de la quinta, que fue la vencida, el 3 de noviembre de 1903.
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En esta hubo llanto y crujir de dientes (“me entregaron un país y devolví dos”, declaró el despistado presidente y poeta Marroquín). Pero todo pasa y ahora, en julio, se cumplieron cien años de la reanudación de las relaciones entre ambas naciones (Colombia y ¡Panamá!) con la firma del tratado Vélez-Victoria. Se perdió el istmo, pero Colombia fue indemnizada por los EE. UU. con veinticinco millones de dólares de la época, dinero que le sirvió a Laureano Gómez, como ministro de Obras Públicas de Pedro Nel Ospina, para construir, como por entre un canal, su camino a la Presidencia.
Lo único que nos queda de Panamá es el escudo que el presidente Petro quiere defenestrar, como a cualquier EPS.
Todas esas cosas pasaron porque Colombia fue dirigida por poetas, como Rafael Núñez, Miguel Antonio Caro, José Manuel Marroquín. Y eso que nos faltó Guillermo Valencia, el Grande. Era “la dictadura del poetariado”.