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Los norteamericanos todo lo tienen previsto. Calculan la más mínima cosa, se programan por días, semanas, meses y hasta por años. Por ejemplo, en febrero próximo comienza el año electoral que termina en enero del 2017.
Principia con las primarias de New Hampshire, que las hacen al comenzar el proceso, por tradición, porque ese fue el primer estado de la unión en hacer esa clase de consulta, en 1796. Siguen después en otros estados, en la mayoría de los cuales hacen primarias, en otros hacen asambleas, y todo para escoger los delegados a las asambleas de los partidos que se llevan a cabo a mitad de año, cuando comienza el verano para que en las vacaciones piensen, en la playa, por qué candidato votarán, a pesar de que la abstención es, por lo general, de un 40%.
Las elecciones se realizan a comienzos noviembre, pero son para escoger a los delegados a un colegio electoral, organismo que finalmente elige al presidente, a mediados diciembre, y lo proclaman el 5 de enero.
Los padres fundadores todo lo previeron, con precisión, pero no cayeron en cuenta que el 20 de enero, cuando se posesiona el presidente ante un obispo protestante, un católico y un rabino, están en invierno y en Washington hace un frío de los mil demonios. Y precisamente la posesión la hacen, no en recinto cerrado, sino al aire libre. Por eso el nuevo jefe del Estado, los congresistas y los invitados, debe ir con abrigo bien grueso.
En 1841, cuando se posesionó William Henry Harrison, fue en un día lluvioso y gris a consecuencia de lo cual le dio neumonía y murió el 4 de abril de ese año, pocos días después de asumir el cargo. Lo reemplazó el vicepresidente John Tyler. Ha sido el presidente más breve de la historia de los Estados Unidos y el más viejo en posesionarse, después de Reagan.
En Colombia, en donde no prevemos nada, los presidentes se posesionan el 7 agosto, en época de brisa y de cometas, con la esperanza de que soplen nuevos vientos, que se lleve lo malo y traiga lo bueno.
