No se cansa Trump de pelear por su contundente derrota. Ha sido un mal perdedor y aún le faltan cuatro años para seguir con la misma cantaleta, a pesar de que últimamente le han hecho bajar el tono. No se entiende cómo un país que se muestra ante el mundo como el más desarrollado escogió como presidente a un personaje mediocre, ignorante y mentiroso.
Cuánta diferencia se observa entre este y el expresidente Barack Obama quien, en un hermoso libro que acaba de aparecer y con el que millones de lectores en el mundo hoy se deleitan, describe sus inicios en la juventud, cómo hizo política y cómo llegó a la Presidencia. No hay punto de comparación.
En materia de mandatarios, en EE. UU. ha pasado de todo. Gerald Ford, por ejemplo, ha sido el único presidente que ha gobernado sin haber sido elegido. No fue parte de la fórmula republicana de Richard Nixon y Spiro Agnew. A este último, que fue su vicepresidente, le tocó renunciar por problemas tributarios, antes de que estallara el escándalo de Watergate. Ante la acefalia vicepresidencial, el Senado eligió a Ford, a quien le correspondió asumir luego de la renuncia de Nixon, sin voto popular y sin Consejo Electoral.
Como todo presidente en ejercicio, Ford buscó ser electo, pero la suerte y también su mediocridad no lo ayudaron y salió derrotado por el demócrata Jimmy Carter. Perdonó a su propulsor (Nixon), como inicialmente buscaba infructuosamente Trump, pero el vicepresidente Mike Pence resultó más Maduro que el venezolano.
Trump perdió en el voto popular, perdió en el Colegio Electoral, perdió la Cámara y acaba de perder el Senado.
¡Qué republiqueta! Trump pasará a la historia como otro expresidente sin ton ni son.