Después de los hechos violentos del 9 de abril y tras el fracaso del gobierno de Unidad Nacional que quiso establecer Mariano Ospina Pérez, los liberales, que eran mayoría en el Congreso, quisieron adelantar las elecciones presidenciales y presentaron un proyecto de ley con ese propósito.
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Así las cosas, los comicios se anticiparon para el 27 de noviembre, a pesar de que el presidente debía posesionarse el 7 de agosto, nueve meses después. ¡Qué situación tan embarazosa!
Sin embargo, los hechos políticos determinaron que el liberalismo —auspiciador del adelanto— se abstuviera de participar en los comicios y el candidato conservador, Laureano Gómez, saliera elegido sin competidor. Entonces se presentó el hecho insólito de que en nueve meses hubo un presidente en ejercicio y otro electo.
Ahora sabemos que las elecciones presidenciales se cumplirán este año —en una o dos vueltas—, que hay un presidente que concluirá el próximo 7 de agosto y que existe más de una decena de aspirantes. Nadie puede vaticinar quién podría ser el triunfador, faltando siete meses para la posesión del nuevo mandatario.
Antes de 1930, cuando la Hegemonía Conservadora, el clero decía con cuatro años de anticipación quién era el candidato y quién el presidente. Durante el Frente Nacional, algo similar sucedía. Hace cuatro años, también por esta época, Duque era un candidato más y, contrario a lo que muchos esperaban, resultó electo. Ya ni siquiera hay certeza por el que diga Uribe, porque ya ni dice. El escogido por el Centro Democrático es el que menos posibilidades tiene, porque en las últimas semanas hasta el de la “cachucha bacana” le está cerrando las puertas en el Equipo por Colombia.
De otra parte, el candidato de la izquierda, que en las encuestas gana en la primera vuelta pero sin el porcentaje requerido para no acudir a la segunda, se reunió en España con líderes socialdemócratas. Suficiente para que nuestra derecha comenzara a rebu… Aznar.
Estamos en otra situación embarazosa, pero sin saber quién gana.