Dio mucho de qué hablar el temblor tan fuerte que se sintió recientemente en el centro del país. Estábamos acostumbrados a los que se registran en Santander, en la Mesa de los Santos, pero hacía mucho tiempo que no padecíamos esos miedos generados por sacudones en Meta y Cundinamarca.
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Los temblores han dado para todo. Por ejemplo, el canal de Panamá se terminó de construir gracias a ese fenómeno natural. Cuando los franceses comenzaron la obra del canal en el istmo, los americanos del norte se inclinaban por hacer un canal interoceánico en Nicaragua y esa era la idea del presidente McKinley, pero, desgraciadamente para los nicaragüenses y afortunadamente para los panameños, al mandatario lo asesinaron en 1901.
Asumió el vicepresidente Roosevelt, quien siguió con la idea, pero el lobby de un ciudadano francés —Philippe Bunau-Varilla, quien tenía vínculos con la empresa constructora del canal panameño, que estaba en quiebra— convenció al nuevo Gobierno de desechar el proyecto por Nicaragua. Bunau-Varilla envió a todos los senadores norteamericanos una nota en donde les decía: “La isla de Martinica ha sido asolada por el terremoto que produjo la erupción del volcán Mont Pelée. Igualmente amenazados se hallan todos los países volcánicos de la América Central. Y muy especialmente Nicaragua, que es el más convulsionado de todos”.
No le faltaba razón al francés. Nicaragua ha sido víctima de temblores y terremotos a lo largo de su historia. Durante la dictadura del último de los Somoza, en los años 70, se presentó un terremoto tan grave, que el mundo entero acudió en su ayuda y el gran beneficiado fue el gobernante, quien tiempo después resultó depuesto por los sandinistas.
Por ese fenómeno natural el presidente Roosevelt optó por terminar el canal de Panamá —patrocinando la separación de Colombia— y el francés Bunau-Varilla firmó como canciller, a nombre del nuevo Gobierno del istmo, el tratado con Estados Unidos que el presidente Marroquín se abstuvo de suscribir.
Cosas de temblores, no exactamente políticos.